Recuerdo cuando era niña y quería aprender a andar bicicleta o correr con patines, cada vez que me caía me levantaba y continuaba intentándolo hasta adquirir la habilidad que me había propuesto aprender.

Ahora de adultos muchos nos olvidamos un poco como se siente ser niños, y prestamos demasiada atención a los resultados y lo que puedan pensar los demás sobre nosotros.

La tendencia actual es, abandonarlo todo si sentimos que no obtenemos el máximo beneficio, o los cambios deseados enseguida.

La vida es un enigma que se resuelve por sí solo.
No hace falta buscar demasiado, está ahí… sin más … frente a nosotros.

En el trayecto de nuestros anhelos y deseos siempre ocurre algo que nos hace ver lo que no observábamos.
Y no era tan complicado, sólo había que estar presente en el ahora, lejos de nuestras cavilaciones internas que hacen desviar la atención de lo que late frente a nosotros: la presencia reveladora del enigma, el fugaz encuentro con la esencia del problema, con la mágica clave.

Sólo hay que estar atento, un segundo de íntimo silencio, para que la vida, una vez más, nos haga comprender que este juego de misterios y de obstáculos se resuelve cuando estamos verdaderamente presentes y dispuestos a vivir el enigma.

Si nos permitimos aprender, cambiar y crecer, (a pesar de las caídas), por medio de las experiencias que se presentan en nuestras vidas, entonces podremos tomar la iniciativa y asumir la responsabilidad de hacer que las cosas sucedan, decidiendo en cada momento lo que queremos hacer y cómo lo vamos a hacer.
Sin miedo a los cambios, disfrutando el camino y sintiéndonos felices por cada paso conseguido… podremos manifestar toda nuestra capacidad para obtener el mayor nivel de bienestar posible..